La presentación de los nuevos ministros y ministras del área de lo social trajo aplausos y críticas. Normal. Pero, más allá de los nuevos rostros del gabinete, que a muchos ha dejado satisfechos, el performance de este importante evento del 26 de abril se llevó mi atención. Soy milliniall y crecí en un país incubadora de un estado de propaganda, por eso lo de hoy me pareció inusual.
Viví en un país donde las sabatinas, camufladas en rendiciones de cuentas, eran shows millonarios para desprestigiar y dar línea a ministros y a las cortes, donde los gabinetes itinerantes o reuniones donde llegaba el presidente caudillo terminaban en conciertos y bochornosos karaokes en vivo.
Sí, todo con fondos públicos, sin cuentas claras, con contratos millonarios, grandes equipos de comunicación, tarimas, Dolly, unidad móvil, camerinos, grúas, sonido de última generación, movilización de gente, invitados especiales, etc.
Incluso me cuestiono cómo es que la imperativa austeridad en momentos de crisis humanitaria y sanitaria me resulta extraña. A los ecuatorianos nos acostumbraron a una narrativa distinta, donde la aparición pública del presidente (me refiero a Rafael Correa), requería una cobertura especialísima y una movilización de personal y recursos impensable. “Enlaces ciudadanos” con mega producciones y equipazos de comunicación, donde se contaban las actividades de la semana, qué comió o bailó el presidente, qué le regalaron, luego Rafa canta y baila en medio de un auditorio movido en buses, que solo aplaude y nunca disiente. Vaya, eso aguantamos más de 10 años.
El lunes 26 de abril vieron la luz los nuevos ministros y la escena para dicha presentación me impactó. Un espacio cubierto de a medio pelo, una pantalla básica de fondo, cero telepronter, cero parafernalias para ovacionar al líder, cero barras con consignas y 15 sillas de plástico fueron suficiente para mandar un mensaje poderoso: el ocaso del estado de propaganda.
El anuncio de los nuevos ministros fue de lo más sencilla, en semicírculo, con total horizontalidad, sin pompa alguna, ni concierto de cierre. Esta es una buena señal y un alivio para nunca más permitir a nuestros gobernantes el usufructo de los fondos públicos para ensalzar a un proyecto, para fabricar al espectáculo como la forma en que el ciudadano debe relacionarse con la política.
Eso fueron las sabatinas, un auténtico circo de la revolución. Estrellas e invitados facturaban para poner su imagen a servicio del gobierno. El portal Periodismo de Investigación reveló en 2016, que uno de los contratistas de las sabatinas, Ernesto “Seco” Guerrero, líder de Pueblo Nuevo, sacó fuera del país casi un millón de dólares en el 2012.
Douglas Arguello, la voz oficial del correísmo, cobró $15.700 por una locución. Y así, decenas de contratos de puro dispendio en propaganda. El correísmo montó casi 500 sabatinas para que a nadie le quepa duda que su líder era todopoderoso, pero ese chiste al Estado le costó millones.
Hasta los perros y pajaritos sonaban en el fondo, en la transmisión en vivo del lunes 26 de abril. Aspiro que el gobierno de Lasso se maneje así, dialogal, sin tanto show, en donde prime la sencillez y la poca plata que hay vaya a lo verdaderamente importante.